sábado, 22 de enero de 2011

SERVIR, ESTES DONDE ESTES

“Los laicos pueden realizar su vocación en el mundo y alcanzar la solamente comprometiéndose activamente a favor de los pobres y los necesitados, sino también animando con espíritu cristiano la sociedad mediante el cumplimiento de sus deberes profesionales y con el testimonio de una vida familiar ejemplar. No pienso sólo en los que ocupan puestos de primer plano en la vida de la sociedad, sino en todos los que saben transformar en oración su vida cotidiana, poniendo a Cristo en el centro de su actividad. El será quien atraiga a todos a sí, saciando su “hambre y sed de justicia”

¿No es ésta la lección que se desprende del final de la parábola del buen samaritano ? Después de los primeros cuidados de asistencia al herido, el buen samaritano se dirige al posadero. ¿Qué hubiera podido hacer sin él? De hecho el posadero, permaneciendo en el anonimato, realizó la mayor parte del trabajo. Todos pueden actuar como él cumpliendo sus propias tareas con espíritu de servicio. Toda ocupación ofrece la oportunidad, más o menos directa de ayudar a quien lo necesita. Naturalmente, esto es más palpable en el trabajo de un médico, un maestro, un empresario, siempre que se trate de personas que no cierran los ojos a las necesidades de los demás. Pero también un empleado, un obrero o un agricultor pueden encontrar muchos modos de servir al prójimo, un grupo de amigos, aún en medio de dificultades personales, a veces incluso graves. El cumplimiento fiel de los propios deberes profesionales es practicar ya el amor por las personas y la sociedad.

Ahora la pregunta de rigor, ¿Es necesario estar en un equipo de origen católico, para ayudar y sentirse comprometido con los demás?

viernes, 7 de enero de 2011

EL SEXO Y LA IGLESIA

La mayoría de los católicos ignora que los sacerdotes y obispos no tenían prohibido el matrimonio durante los primeros diez siglos de vida cristiana. Además de San Pedro, otros seis papas vivieron en matrimonio y -más llamativo aún- once papas fueron hijos de otros papas o miembros de la Iglesia, sin que ese linaje afectara la santidad de sus actos. Hasta el Concilio de Elvira, que lo prohibió en el año 306, un sacerdote podía incluso dormir con su esposa la noche antes de dar misa. Eso comenzó a cambiar diecinueve años más tarde, cuando el Concilio de Nicea estableció que, una vez ordenados, los sacerdotes no podían casarse.

En 1073, Gregorio VII impuso el celibato. Uno de sus teólogos, Pedro Damián, dictaminó que el matrimonio de los sacerdotes era herético, porque los distraía del servicio al Señor y contrariaba el ejemplo de Cristo. Si bien la intención del Papa era restaurar la derruida moral del clero y purificar a la feligresía con ejemplos de castidad, decenas de historiadores -incluyendo los más piadosos- suponen que la decisión de imponer el celibato fue también un medio para evitar que los bienes de los obispos y sacerdotes casados fueran heredados por sus hijos y viudas en vez de beneficiar a la Iglesia. En 1123 el Concilio de Letrán decretó la invalidez del matrimonio de los clérigos y, como la norma no hallaba completa obediencia, dieciséis años más tarde el segundo Concilio de Letrán la confirmó. Cuando el Concilio de Trento fijó la excelencia del celibato sobre el matrimonio, hizo doctrina de las palabras con que San Gregorio Magno había condenado el deseo sexual durante su papado, en el siglo VI. Sólo la Iglesia Oriental que adscribe a Roma admite sacerdotes casados, pero deben haber contraído matrimonio antes de la ordenación y nunca llegarán a obispos.

Para los católicos, el paso por este mundo es sacrificio y sufrimiento, tal como lo escribió Santa Teresa: "Vivo sin vivir en mí, / y tan alta vida espero, / que muero porque no muero". Pero así como el placer del sexo fuera del matrimonio está prohibido por la doctrina, para las religiones védicas de la India es un camino de aprendizaje y un elemento de vida: "Atravesada por un ardor que te devora, la boca seca, te arrastrarás hacia mí, dulce, sin ira, toda mía, la voz tierna, fiel", dice una plegaria hindú para ganar el amor de una mujer, en el Atharva-Veda.
¿Cuál es el sentido de reprimir las expresiones de la sexualidad, no sólo entre los clérigos sino también en la vida diaria? ¿Qué gana la fe católica con eso? Se teme que el placer distraiga de la oración, de la relación con Dios, pero el menosprecio de la mujer en los seminarios y la contradicción de los impulsos naturales del hombre en realidad no fortalecen los vínculos entre la Iglesia y el pueblo de Dios. Al contrario, el celibato obligatorio suele desanimar algunas vocaciones sacerdotales y provocar defecciones en el clero.

Si bien creía que "la vigente ley del sagrado celibato" debía seguir "unida firmemente al ministerio eclesiástico", Pablo VI, atento a los clamores de modernización del Concilio Vaticano II, analizó las objeciones en una encíclica memorable, Sacerdotalis caelibatus , de 1967. Allí se preguntó: "¿No será ya llegado el momento de abolir el vínculo que en la Iglesia une el sacerdocio con el celibato? ¿No podría ser facultativa esta difícil observancia? ¿No saldría favorecido el ministerio sacerdotal si se facilitara la aproximación ecuménica?".

Acaso a Dios lo tengan sin cuidado los deslices del ex obispo Lugo, porque su gloria está más allá de lo que establecen los seres humanos. Pero la inflexibilidad de la doctrina deja entre los católicos la pregunta sobre el sentido de normas creadas por la Iglesia hace diez siglos, que no existían antes y no tendrían por qué existir para siempre. Jesús predicó la humildad, el amor a Dios y a los semejantes. Sus lecciones de vida siguen siendo claras. A veces, en el afán por interpretarlas, los seres humanos las oscurecen.

No sería bueno que el Vaticano volviera a analizar el abolir en nuestra iglesia el celibato?. Para qué seguir con algo que realmente no respetan la gran mayoría de los sacerdotes?....